LA MÍSTICA EN MEDIO DE LA CALLE


(Este blog lo empezó a escribir mi amigo Augusto Perez. Si es la primera vez que entras, lee la reflexión: "Yo quiero que existas"(10/04/2012)

lunes, 9 de abril de 2012

EL FAROLERO Y EL PRINCIPITO

Una de las escenas más deliciosas del cuento de A. de Saint-Exupéry , “El Principito” es la del farolero que habita un planeta muy pequeño y se pasa todo el tiempo encendiendo y apagando el único farol. El Principito se asombra de la rutina continua de aquel pobre hombre, el cual está convencido de hacer bien su trabajo. Y, seguramente, lo hace.

Muchos hombres son hoy faroleros de un planeta (el suyo personal) de muy menguadas dimensiones. Viven en la rutina, hacen día tras día lo mismo. Y, encima, están convencidos de que están haciendo lo mejor. Están en el pequeño planeta de una vida sin casi dimensiones, pequeña, mortecina y lánguida.

El Principito del cuento trae al farolero otra dimensión. Hay planetas más grandes, en donde el trabajo rutinario puede compaginarse con tiempo para descubrir horizontes nuevos, profundidades nunca alcanzadas. El hombre de Dios, el santo o el místico, son como el Principito que se asombra del aburrimiento sin pausa del farolero. Son hombres normales y corrientes, pero que habitan un plantea mucho más grande.
Espero que Toti no se enfade si le comparo con el Principito del cuento. El encuentro con Toti fue para mí como el del farolero, símbolo de tantas personas buenas, honradas, trabajadoras, pero a las que les falta un planeta mayor. Toti asombra, seduce y rompe esquemas, con  una condición: darse cuenta que habitas en un pequeño planeta y puedes habitar otro mucho más grande. Seguramente muchos querrán seguir como el farolero, sin correr el riesgo de dejar su pequeño planeta. Otros aceptarán la invitación del Principito para abandonar su pequeño mundo y viajar hacia otro desconocido, pero apasionante.

El viaje que ofrece Toti es el de la experiencia de Dios. El simple enunciado del tema, “experiencia de Dios”, hace que muchos  contesten lo que elegantemente dijeron  los atenienses a San Pablo: “te escucharemos otro día” y sigan encendiendo y apagando su farol de cada día. Pero sí, es necesario decir a los hombres de hoy que pueden habitar otro planeta, el de la experiencia íntima, espiritual, viva y transformante de Dios.

Con Toti, el anuncio de esta experiencia se hace asequible. Mucha gente piensa que los místicos deben ser unos seres raros, que levitan, se exaltan o dicen palabras extrañas. Nada de esto: Toti es un hombre normal y corriente, con sus gustos, sus aficiones, comunes a millones de seres humanos, al que le gusta hablar de política o de cine, o de música o de tantas cosas que interesan a los hombres. Es una persona a la que le cuesta madrugar o trabajar demasiado, que se cansa, y hasta  se enfada con los problemas que surgen en la vida. No es un conservador, un conformista. Es una persona inquieta porque ya dijo San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”.

Toti es capaz de dejar el farol de cada día y ponerse en manos de Dios y decirle: “Señor, tú me sondeas y me conoces,  tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso,  te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares” (Salmo 139). La experiencia de Dios la descubre el hombre en su intimidad, en su inconsciente, en el “sancta sanctorum” de su yo más profundo. Toti habla de su experiencia interior con naturalidad, sin rarezas, sin aspavientos. Nada parecido a un santón oriental o un cantamañanas new age. Transmite su encuentro constante con Dios como cualquier persona habla de un amigo íntimo, de una persona amada. Por eso suena a sinceridad, a verdad sentida y transmitida, a autenticidad. Por eso seduce y obliga a apagar el farol y dejarse acompañar por él hacia otro planeta.


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