LA MÍSTICA EN MEDIO DE LA CALLE


(Este blog lo empezó a escribir mi amigo Augusto Perez. Si es la primera vez que entras, lee la reflexión: "Yo quiero que existas"(10/04/2012)

viernes, 11 de mayo de 2012


LA CRUZ
 
“El difunto Matías Pascal” es la obra más conocida del dramaturgo italiano Pirandello. Su argumento es bien sencillo: el triste y anodino Matías Pascal descubre un día que ha muerto una persona con su mismo nombre. Aprovecha la ocasión para darse por fenecido y empezar una nueva vida con otra personalidad. Ha muerto “un” Matías, pero empieza a vivir “otro”. Dos vidas y una misma persona.

Es la vieja tentación de la esquizofrenia espiritual. Dios nos parece maravilloso cuando las cosas nos van bien, pero las cosas cambian cuando nos van mal. Somos agradecidos, alegres y cantarines cuando Dios nos regala sus dones. ¿Y cuando vienen los sufrimientos? Entonces la larga sombra del diablo parece que nos cubre para sembrarnos de dudas, de desconfianza.

Toti me ha dicho muchas veces que el peor pecado, la peor tentación, es desconfiar de Dios. Incluso cuando las cosas vienen mal, cuando acusamos el dolor, cuando el mundo parece que se nos pone al revés… hemos de seguir confiando en el Señor. Fe es lo que pide siempre Jesús antes de hacer un milagro. ¡Hombres de poca fe! Es lo que recrimina a los apóstoles. 

La cruz, el sufrimiento forman parte de nuestra vida. Y siempre lo queremos evitar. “No, no es sufrimiento lo que cansa; es la lucha por no sufrir”, escribe Mercedes Salisachs. Toti es un hombre que también sufre, también lleva su cruz. Ha sufrido en su vida, ha padecido incomprensiones, rupturas muy dolorosas, crisis de todo tipo. Toti sufre también ahora, la cruz sigue acompañando su vida. Me ha hablado de sus luchas, de las tentaciones que aprovechan la cruz para sembrar la desconfianza, para probar la fidelidad, para dejarle algunas temporadas en una especie de “desierto” interior.

Pero el amor es más fuerte. “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” (2 Corintios, 12). Sí, la gracia, si somos fieles, triunfa sobre nuestra debilidad. El dolor nos hace sentirnos criaturas, hijos de un Padre al que siempre hemos de pedir auxilio. Y porque el dolor es, aunque no lo parezca, la otra cara del amor: “Quien no sabe de penas, en este valle de dolores, no sabe de cosas buenas ni ha gustado de amores, pues penas es el traje de amadores”, escribió San Juan de la Cruz.

Y como no somos como Matías Pascal, no hay dos vidas distintas. La cruz es parte de nuestro caminar espiritual. La cruz nos purifica: “crea en mí un corazón puro”, se lee en el salmo 50. A lo largo de mis encuentros, Toti me ha enseñado a crear este corazón puro, a integrar amor y dolor, alegría y tristeza. Me ha explicado sus desiertos interiores, sus tentaciones… superadas siempre por la gracia de Dios. Con gran sinceridad llegó a explicarme como, durante unas horas, llegó a experimentar un ateismo intenso, el sinsentido de un mundo sin Dios. Su sufrimiento fue indecible, no pudo resistirlo y el Señor le concedió pronto la gracia del reencuentro, más gozoso si cabe.

El mal, el dolor, el sufrimiento, la vejez, la enfermedad, la muerte… son realidades que acompañan a nuestra vida y que podemos considerarlas incompatibles con un Dios misericordioso. A veces resuena en mis oídos el reproche del médico protagonista de “La Peste”, de Camus, al aturdido jesuita ante la muerte de un niño: “¡Al menos éste era un inocente!”. Hace poco le oí a Toti una charla sobre la conversión en la que hablaba del Pecado. Así, del Pecado en mayúsculas, distinto a los pecados personales que cometemos los mortales. El Pecado como una realidad misteriosa que impregna la historia de la humanidad desde sus orígenes. El Pecado – y todos los males que le acompañan, incluida la muerte de los inocentes— nace de la incapacidad del hombre para fiarse del plan de Dios. Por la lectura teológica de los primeros capítulos del Génesis sabemos que el proyecto inicial de Dios para los hombres era el de una armonía feliz, lo que llamamos “paraíso terrenal”, pero que el propio hombre no supo acoger y optó desoladoramente por sus propios paraísos. El no a Dios continua, lo vemos cada día: cuantos y cuantos rechazos de los hombres al plan de Dios, cuantos odios dirigidos a quien es el Amor. Los cristianos sabemos que, de todas maneras, el mal no es definitivo, ha sido vencido por la Redención y la muerte de aquel niño inocente no es un sinsentido.

Toti sabe consolar, acompañar en el dolor, disimulando el propio. Explica muy bien que el dolor purifica para, al final, reencontrar la alegría: “Devuélveme la alegría de tu salvación” (salmo 50). Tras la cruz está la resurrección, la alegría. Al fin y al cabo, Él ha llevado el peso más fuerte y tampoco nos exige mucho: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”.



2 comentarios:

  1. Augusto te agradezco mucho estos textos. Reconozco en ellos muchos de mis pensamientos y sentimientos. No estoy pasando por un buen momento y tus palabras me dan consuelo y luz, gracias.

    ResponderEliminar
  2. Hijo mío,
    Tu amor me consuela y llega hasta lo más profundo de mi corazón. Tú, que amas mi obra y entiendes el celo por mi casa, y te debates cada día por mí. Eres mi amado, mi hijo, y deseo que vivas mi gloria y resurrección. Has cruzado los valles inhóspitos de la ausencia y has salido victorioso, amado mío. Tú, que conoces mis dones, volverás a comer los frutos de la tierra prometida. Tú, que conoces mis entrañas, volverás a gustar los frutos del paraíso. Atiende mi súplica. Alimenta a mi pueblo. Da de comer a mis hijos. Consuela mi corazón de padre. Hijos de Jerusalén, consolad, consolad a mi pueblo muy amado. Bendecid a mi pueblo. Bendecid, con corazón fraterno y amoroso, al pueblo al que tanto amo. Dales mi agua, dales mi alimento. Este es un camino sin retorno y la meta está en mi gloria. Aún está lejos mi gloria, más lejos que el sol y que cualquier planeta del firmamento porque no hay límite para mi amor. El camino que tú decidas será el adecuado si tu voluntad está conmigo. Pureza es lo que deseo para los hijos que están en mi casa. Me das tu libertad y te respondo con más libertad, todavía. No sufras por los tuyos, yo estoy librando esta batalla contigo, a tu lado, día a día. Se que crees en mi. Necesito que mis hijos permanezcan fieles, con el corazón puro, por amor a mí. Bendice a mi pueblo. Ora por mi pueblo. Mi pueblo es mi gloria. Tu amor me conmueve, hijo mío. Permanece a mi lado. Mi voluntad está en el amor que te hace buscarme cada mañana, en el amor que te hace llamarme Padre. Mi voluntad está en el amor que te hace decir: hágase. Yo lo acojo, hijo mío. Acojo tu súplica y todo lo transformo para mi gloria. Ten paz, hijo mío. Permanece en mi amor.

    ResponderEliminar