LA CRUZ
“El difunto Matías Pascal” es la obra más conocida del dramaturgo italiano
Pirandello. Su argumento es bien sencillo: el triste y anodino Matías Pascal
descubre un día que ha muerto una persona con su mismo nombre. Aprovecha la
ocasión para darse por fenecido y empezar una nueva vida con otra personalidad.
Ha muerto “un” Matías, pero empieza a vivir “otro”. Dos vidas y una misma
persona.
Es la vieja tentación de la esquizofrenia espiritual. Dios nos parece
maravilloso cuando las cosas nos van bien, pero las cosas cambian cuando nos
van mal. Somos agradecidos, alegres y cantarines cuando Dios nos regala sus
dones. ¿Y cuando vienen los sufrimientos? Entonces la larga sombra del diablo
parece que nos cubre para sembrarnos de dudas, de desconfianza.
Toti me ha dicho muchas veces que el peor pecado, la peor tentación, es
desconfiar de Dios. Incluso cuando las cosas vienen mal, cuando acusamos el
dolor, cuando el mundo parece que se nos pone al revés… hemos de seguir
confiando en el Señor. Fe es lo que pide siempre Jesús antes de hacer un
milagro. ¡Hombres de poca fe! Es lo que recrimina a los apóstoles.
La cruz, el sufrimiento forman parte de nuestra vida. Y siempre lo queremos
evitar. “No, no es sufrimiento lo que cansa; es la lucha por no sufrir”,
escribe Mercedes Salisachs. Toti es un hombre que también sufre, también lleva
su cruz. Ha sufrido en su vida, ha padecido incomprensiones, rupturas muy
dolorosas, crisis de todo tipo. Toti sufre también ahora, la cruz sigue
acompañando su vida. Me ha hablado de sus luchas, de las tentaciones que
aprovechan la cruz para sembrar la desconfianza, para probar la fidelidad, para
dejarle algunas temporadas en una especie de “desierto” interior.
Pero el amor es más fuerte. “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en
la debilidad” (2 Corintios, 12). Sí, la gracia, si somos fieles, triunfa sobre
nuestra debilidad. El dolor nos hace sentirnos criaturas, hijos de un Padre al
que siempre hemos de pedir auxilio. Y porque el dolor es, aunque no lo parezca,
la otra cara del amor: “Quien no sabe de penas, en este valle de dolores, no
sabe de cosas buenas ni ha gustado de amores, pues penas es el traje de
amadores”, escribió San Juan de la Cruz.
Y como no somos como Matías Pascal, no hay dos vidas distintas. La cruz es
parte de nuestro caminar espiritual. La cruz nos purifica: “crea en mí un
corazón puro”, se lee en el salmo 50.
A lo largo de mis encuentros, Toti me ha enseñado a
crear este corazón puro, a integrar amor y dolor, alegría y tristeza. Me ha
explicado sus desiertos interiores, sus tentaciones… superadas siempre por la
gracia de Dios. Con gran sinceridad llegó a explicarme como, durante unas horas,
llegó a experimentar un ateismo intenso, el sinsentido de un mundo sin Dios. Su
sufrimiento fue indecible, no pudo resistirlo y el Señor le concedió pronto la
gracia del reencuentro, más gozoso si cabe.
El mal, el dolor, el sufrimiento, la vejez, la enfermedad, la muerte… son
realidades que acompañan a nuestra vida y que podemos considerarlas
incompatibles con un Dios misericordioso. A veces resuena en mis oídos el
reproche del médico protagonista de “La Peste”, de Camus, al aturdido jesuita
ante la muerte de un niño: “¡Al menos éste era un inocente!”. Hace poco le oí a
Toti una charla sobre la conversión en la que hablaba del Pecado. Así, del
Pecado en mayúsculas, distinto a los pecados personales que cometemos los
mortales. El Pecado como una realidad misteriosa que impregna la historia de la
humanidad desde sus orígenes. El Pecado – y todos los males que le acompañan,
incluida la muerte de los inocentes— nace de la incapacidad del hombre para
fiarse del plan de Dios. Por la lectura teológica de los primeros capítulos del
Génesis sabemos que el proyecto inicial de Dios para los hombres era el de una
armonía feliz, lo que llamamos “paraíso terrenal”, pero que el propio hombre no
supo acoger y optó desoladoramente por sus propios paraísos. El no a Dios
continua, lo vemos cada día: cuantos y cuantos rechazos de los hombres al plan
de Dios, cuantos odios dirigidos a quien es el Amor. Los cristianos sabemos
que, de todas maneras, el mal no es definitivo, ha sido vencido por la
Redención y la muerte de aquel niño inocente no es un sinsentido.
Toti sabe consolar, acompañar en el dolor, disimulando el propio. Explica
muy bien que el dolor purifica para, al final, reencontrar la alegría:
“Devuélveme la alegría de tu salvación” (salmo 50). Tras la cruz está la
resurrección, la alegría.
Al fin y al cabo, Él ha llevado el peso más fuerte y tampoco
nos exige mucho: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Augusto te agradezco mucho estos textos. Reconozco en ellos muchos de mis pensamientos y sentimientos. No estoy pasando por un buen momento y tus palabras me dan consuelo y luz, gracias.
ResponderEliminarHijo mío,
ResponderEliminarTu amor me consuela y llega hasta lo más profundo de mi corazón. Tú, que amas mi obra y entiendes el celo por mi casa, y te debates cada día por mí. Eres mi amado, mi hijo, y deseo que vivas mi gloria y resurrección. Has cruzado los valles inhóspitos de la ausencia y has salido victorioso, amado mío. Tú, que conoces mis dones, volverás a comer los frutos de la tierra prometida. Tú, que conoces mis entrañas, volverás a gustar los frutos del paraíso. Atiende mi súplica. Alimenta a mi pueblo. Da de comer a mis hijos. Consuela mi corazón de padre. Hijos de Jerusalén, consolad, consolad a mi pueblo muy amado. Bendecid a mi pueblo. Bendecid, con corazón fraterno y amoroso, al pueblo al que tanto amo. Dales mi agua, dales mi alimento. Este es un camino sin retorno y la meta está en mi gloria. Aún está lejos mi gloria, más lejos que el sol y que cualquier planeta del firmamento porque no hay límite para mi amor. El camino que tú decidas será el adecuado si tu voluntad está conmigo. Pureza es lo que deseo para los hijos que están en mi casa. Me das tu libertad y te respondo con más libertad, todavía. No sufras por los tuyos, yo estoy librando esta batalla contigo, a tu lado, día a día. Se que crees en mi. Necesito que mis hijos permanezcan fieles, con el corazón puro, por amor a mí. Bendice a mi pueblo. Ora por mi pueblo. Mi pueblo es mi gloria. Tu amor me conmueve, hijo mío. Permanece a mi lado. Mi voluntad está en el amor que te hace buscarme cada mañana, en el amor que te hace llamarme Padre. Mi voluntad está en el amor que te hace decir: hágase. Yo lo acojo, hijo mío. Acojo tu súplica y todo lo transformo para mi gloria. Ten paz, hijo mío. Permanece en mi amor.