LA MÍSTICA EN MEDIO DE LA CALLE


(Este blog lo empezó a escribir mi amigo Augusto Perez. Si es la primera vez que entras, lee la reflexión: "Yo quiero que existas"(10/04/2012)

lunes, 28 de mayo de 2012


GRACIAS, SEÑOR, POR DARNOS A TOTI

Vivimos un mundo lleno de pequeños ídolos, de muchas cosas, en el fondo de poca importancia, que nos cautivan y seducen, desde un cantante famoso hasta el último modelo de iPad. En cambio no apreciamos las pequeñas y grandes “magnalia Dei” con que el Señor nos obsequia a largo de nuestra vida. En una de las escenas más divertidas de “Alicia en el País de las Maravillas”, la inteligente niña se asombra de las múltiples reverencias con que todo el mundo recibe a los reyes de la baraja. Y Alicia exclama. ¡Pero si no son más que unos simples naipes!

Pues sí, muchas cosas que nos rodean no son más que unos simples naipes a los que damos demasiada importancia. Y, en cambio, nos cuesta ver lo que de profundo y verdaderamente importante nos pasa en nuestra vida, quizás porque Dios se nos revela a través de pequeños acontecimientos. 

“El dios de las pequeñas cosas” (The God of Small Things, 1997) es una novela escrita en lengua inglesa por la escritora india Arundhati Ro, que cuenta las experiencias de la infancia de dos hermanos gemelos en el estado indio de Kerala, durante el año 1969. El libro es una descripción de cómo las pequeñas cosas de la vida se acumulan, se traducen al comportamiento de las personas y afectan a sus vidas. Lo más probable es que a nosotros nunca nos ocurran cosas grandes, en cambio nos ocurren cosas pequeñas a las que no podemos tratar como simples naipes de una baraja.

Una acumulación de cosas pequeñas es lo que me llevó a conocer a Toti. Y seguramente esta experiencia será la de muchos los que leen este blog. A lo largo de este años se han ido acumulando cosas pequeñas para las que quizás existan explicaciones puramente naturales, pero que a la luz de la fe en un Dios que no se desentiende de su Creación, tienen un significado más profundo. 

Los pequeños acontecimientos que me han llevado a conocer a Toti, entrar en su intimidad y escuchar su palabra son una gracia de Dios. Gracias, Señor, por darnos a Toti, porque él ha sido un acontecimiento vital, en medio de las pequeñas cosas de nuestras vidas ordinarias. Por aparecer de la forma más sencilla y ordinaria en nuestras vidas, por compartir nuestro tiempo, por escucharnos, por regalarnos su amistad y su palabra iluminadora.

Gracias, Señor por darnos a Toti. Protégelo y hazle fiel. “Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tu fortaleciste” (Salmo 79). Haz que siga dando muchos frutos, que transmita tu amor por los caminos de la tierra. Haz que siga siendo el oyente fiel de Betania, que proteja su perla, que riegue con su oración la viña que le has encomendado: “Ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que Tú hiciste vigorosa” (Salmo 79).

Tú, Señor, “que guiaste con ternura al pueblo que salvaste” (ex. 15.13), haz que siga guiando a su “pusillus grex”, a su pequeño rebaño por el camino que lleva a las fuentes de la salvación, a la Vida. Porque Tú has venido para que tengamos Vida y la tengamos en abundancia. 

A estas alturas el bloguero quiere dar paso a otras voces. Quedan muchas cosas en el tintero, pero “conviene que Él crezca y yo disminuya”. Hemos rozado las 1500 visitas en dos meses. No está mal para un blog poco conocido. Nos han visitado de muchos países, hasta de Rusia y de Qatar!. Pero el bloguero debe dar paso a más experiencias.

Primero a muchos de los que conocéis a Toti. ¿Por qué no enviáis más comentarios ?
Y también al propio Toti. Él tiene más palabras y más dotes, él tiene el don de transmitir la experiencia de Dios.

El bloguero se despide. Pero el blog no: enviad vuestros comentarios. Y pidamos a Toti que nos transmita su palabra. Estamos en Pentecostés. Aquellas gentes oyeron a Pedro cada uno en su lengua. Que buen día hoy para terminar una etapa y empezar otra.  

viernes, 11 de mayo de 2012


LA CRUZ
 
“El difunto Matías Pascal” es la obra más conocida del dramaturgo italiano Pirandello. Su argumento es bien sencillo: el triste y anodino Matías Pascal descubre un día que ha muerto una persona con su mismo nombre. Aprovecha la ocasión para darse por fenecido y empezar una nueva vida con otra personalidad. Ha muerto “un” Matías, pero empieza a vivir “otro”. Dos vidas y una misma persona.

Es la vieja tentación de la esquizofrenia espiritual. Dios nos parece maravilloso cuando las cosas nos van bien, pero las cosas cambian cuando nos van mal. Somos agradecidos, alegres y cantarines cuando Dios nos regala sus dones. ¿Y cuando vienen los sufrimientos? Entonces la larga sombra del diablo parece que nos cubre para sembrarnos de dudas, de desconfianza.

Toti me ha dicho muchas veces que el peor pecado, la peor tentación, es desconfiar de Dios. Incluso cuando las cosas vienen mal, cuando acusamos el dolor, cuando el mundo parece que se nos pone al revés… hemos de seguir confiando en el Señor. Fe es lo que pide siempre Jesús antes de hacer un milagro. ¡Hombres de poca fe! Es lo que recrimina a los apóstoles. 

La cruz, el sufrimiento forman parte de nuestra vida. Y siempre lo queremos evitar. “No, no es sufrimiento lo que cansa; es la lucha por no sufrir”, escribe Mercedes Salisachs. Toti es un hombre que también sufre, también lleva su cruz. Ha sufrido en su vida, ha padecido incomprensiones, rupturas muy dolorosas, crisis de todo tipo. Toti sufre también ahora, la cruz sigue acompañando su vida. Me ha hablado de sus luchas, de las tentaciones que aprovechan la cruz para sembrar la desconfianza, para probar la fidelidad, para dejarle algunas temporadas en una especie de “desierto” interior.

Pero el amor es más fuerte. “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” (2 Corintios, 12). Sí, la gracia, si somos fieles, triunfa sobre nuestra debilidad. El dolor nos hace sentirnos criaturas, hijos de un Padre al que siempre hemos de pedir auxilio. Y porque el dolor es, aunque no lo parezca, la otra cara del amor: “Quien no sabe de penas, en este valle de dolores, no sabe de cosas buenas ni ha gustado de amores, pues penas es el traje de amadores”, escribió San Juan de la Cruz.

Y como no somos como Matías Pascal, no hay dos vidas distintas. La cruz es parte de nuestro caminar espiritual. La cruz nos purifica: “crea en mí un corazón puro”, se lee en el salmo 50. A lo largo de mis encuentros, Toti me ha enseñado a crear este corazón puro, a integrar amor y dolor, alegría y tristeza. Me ha explicado sus desiertos interiores, sus tentaciones… superadas siempre por la gracia de Dios. Con gran sinceridad llegó a explicarme como, durante unas horas, llegó a experimentar un ateismo intenso, el sinsentido de un mundo sin Dios. Su sufrimiento fue indecible, no pudo resistirlo y el Señor le concedió pronto la gracia del reencuentro, más gozoso si cabe.

El mal, el dolor, el sufrimiento, la vejez, la enfermedad, la muerte… son realidades que acompañan a nuestra vida y que podemos considerarlas incompatibles con un Dios misericordioso. A veces resuena en mis oídos el reproche del médico protagonista de “La Peste”, de Camus, al aturdido jesuita ante la muerte de un niño: “¡Al menos éste era un inocente!”. Hace poco le oí a Toti una charla sobre la conversión en la que hablaba del Pecado. Así, del Pecado en mayúsculas, distinto a los pecados personales que cometemos los mortales. El Pecado como una realidad misteriosa que impregna la historia de la humanidad desde sus orígenes. El Pecado – y todos los males que le acompañan, incluida la muerte de los inocentes— nace de la incapacidad del hombre para fiarse del plan de Dios. Por la lectura teológica de los primeros capítulos del Génesis sabemos que el proyecto inicial de Dios para los hombres era el de una armonía feliz, lo que llamamos “paraíso terrenal”, pero que el propio hombre no supo acoger y optó desoladoramente por sus propios paraísos. El no a Dios continua, lo vemos cada día: cuantos y cuantos rechazos de los hombres al plan de Dios, cuantos odios dirigidos a quien es el Amor. Los cristianos sabemos que, de todas maneras, el mal no es definitivo, ha sido vencido por la Redención y la muerte de aquel niño inocente no es un sinsentido.

Toti sabe consolar, acompañar en el dolor, disimulando el propio. Explica muy bien que el dolor purifica para, al final, reencontrar la alegría: “Devuélveme la alegría de tu salvación” (salmo 50). Tras la cruz está la resurrección, la alegría. Al fin y al cabo, Él ha llevado el peso más fuerte y tampoco nos exige mucho: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”.



martes, 10 de abril de 2012

YO QUIERO QUE EXISTAS

Hace muchos años leí un breve ensayo del filósofo alemán Josep Pieper sobre la amistad. Decía que en el origen del amor de amistad está siempre la idea de ser capaz de decir: "es bueno que existas, que estés en el mundo" y, por tanto, "yo quiero que existas".
Pues bien, una de las cosas más interesantes, saludables y buenas que me han pasado en estos últimos tiempos es conocer a Toti, alegrarme de su existencia hasta el punto de convertirla en un báculo de apoyo para la mía propia.

Como muchas de las cosas más o menos sorprendentes o sobrenaturales que pasan en la vida de los hombres conocí a Toti por casualidad. Al fin y al cabo la casualidad es el anónimo de Dios.
Andaba yo ufano presidiendo un tribunal de eso que vulgarmente se llaman unas "oposiciones" y, entre los candidatos a acceder a un estatus profesional mejor y pagado por el Estado, estaba Toti. Engolfado en esta autoridad efímera que conceden los hombres por medio del Boletín Oficial del Estado, me encontraba sobre el estrado y tras la mesa en la que pomposamente se sentaba el tribunal. Toti estaba en la primera fila de una larga multitud de concursantes a percibir una nómina del Estado. Pero, por eso del anónimo de Dios, me fijé en aquel tipo, quizás por el ser joven en medio de una masa de candidatos entraditos en años.
No volví a verlo más hasta el final del proceso, hasta el día en que vino a recoger los méritos con los que optaba a su merecida promoción. Y qué méritos! No estaba mal: un buen montón de libros sugerentes, títulos académicos, un doctorado... Ganó el concurso, por supuesto. 

Aristóteles dirá que la amistad, además de algo hermoso, es lo más necesario en la vida. Afortunadamente no me faltan amigos, y a ciertas alturas de la vida, engrosar esta nómina no es ni fácil ni posible. Pero, a pesar de que mi catálogo de amigos estaba ya lleno, quiso Dios que se aumentara con la presencia de Toti.
Otra vez volvió a funcionar la casualidad.Dos años después de este primer encuentro, digamos que "administrativo",  buscaba yo unas personas para realizar un proyecto personal y profesional para el cual se me ocurrió reencontrarme con Toti. ¿Y como dar con aquel doctor de la primera fila? Tenía su nombre completo. Y estaba en la guía de teléfonos !
Por supuesto, recibir una llamada del antiguo presidente del tribunal que te ha valorado unos méritos para hablar de no se sabe muy bien qué, es un ejercicio de audacia por mi parte y otro de benevolencia por el llamado. Pero aceptó una entrevista y nos vimos en un lugar muy socorrido y vulgar. Y casi estuvimos a punto de no encontrarnos por un pequeño malentendido sobre el lugar exacto. Pero era de Dios que nos teníamos que ver de nuevo. Le expliqué mis proyectos, me escuchó entre sorprendido y desconfiado, lo cual es más que comprensible. 
Aquel proyecto mío no salió adelante. Pero fue el motivo que aunó la casualidad con otros designios más profundos, misteriosos y fructíferos. 
Pero salió otro proyecto inesperado. Toti se enroló en una asociación profesional que presido y hasta aceptó un cargo directivo, creo que muy a pesar de sus deseos iniciales. No sabrá nunca cómo se lo agradezco. A partir de este conjunto de circunstancias tuve la ocasión de conocerle de cerca, a fondo (en la medida en que a Toti se le puede conocer a fondo) para convertirse en un descubrimiento que iba a transformar mi anodina y rutinaria vida, como había transformado, luego lo supe, la de otras muchas personas. 

lunes, 9 de abril de 2012

EL FAROLERO Y EL PRINCIPITO

Una de las escenas más deliciosas del cuento de A. de Saint-Exupéry , “El Principito” es la del farolero que habita un planeta muy pequeño y se pasa todo el tiempo encendiendo y apagando el único farol. El Principito se asombra de la rutina continua de aquel pobre hombre, el cual está convencido de hacer bien su trabajo. Y, seguramente, lo hace.

Muchos hombres son hoy faroleros de un planeta (el suyo personal) de muy menguadas dimensiones. Viven en la rutina, hacen día tras día lo mismo. Y, encima, están convencidos de que están haciendo lo mejor. Están en el pequeño planeta de una vida sin casi dimensiones, pequeña, mortecina y lánguida.

El Principito del cuento trae al farolero otra dimensión. Hay planetas más grandes, en donde el trabajo rutinario puede compaginarse con tiempo para descubrir horizontes nuevos, profundidades nunca alcanzadas. El hombre de Dios, el santo o el místico, son como el Principito que se asombra del aburrimiento sin pausa del farolero. Son hombres normales y corrientes, pero que habitan un plantea mucho más grande.
Espero que Toti no se enfade si le comparo con el Principito del cuento. El encuentro con Toti fue para mí como el del farolero, símbolo de tantas personas buenas, honradas, trabajadoras, pero a las que les falta un planeta mayor. Toti asombra, seduce y rompe esquemas, con  una condición: darse cuenta que habitas en un pequeño planeta y puedes habitar otro mucho más grande. Seguramente muchos querrán seguir como el farolero, sin correr el riesgo de dejar su pequeño planeta. Otros aceptarán la invitación del Principito para abandonar su pequeño mundo y viajar hacia otro desconocido, pero apasionante.

El viaje que ofrece Toti es el de la experiencia de Dios. El simple enunciado del tema, “experiencia de Dios”, hace que muchos  contesten lo que elegantemente dijeron  los atenienses a San Pablo: “te escucharemos otro día” y sigan encendiendo y apagando su farol de cada día. Pero sí, es necesario decir a los hombres de hoy que pueden habitar otro planeta, el de la experiencia íntima, espiritual, viva y transformante de Dios.

Con Toti, el anuncio de esta experiencia se hace asequible. Mucha gente piensa que los místicos deben ser unos seres raros, que levitan, se exaltan o dicen palabras extrañas. Nada de esto: Toti es un hombre normal y corriente, con sus gustos, sus aficiones, comunes a millones de seres humanos, al que le gusta hablar de política o de cine, o de música o de tantas cosas que interesan a los hombres. Es una persona a la que le cuesta madrugar o trabajar demasiado, que se cansa, y hasta  se enfada con los problemas que surgen en la vida. No es un conservador, un conformista. Es una persona inquieta porque ya dijo San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”.

Toti es capaz de dejar el farol de cada día y ponerse en manos de Dios y decirle: “Señor, tú me sondeas y me conoces,  tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso,  te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares” (Salmo 139). La experiencia de Dios la descubre el hombre en su intimidad, en su inconsciente, en el “sancta sanctorum” de su yo más profundo. Toti habla de su experiencia interior con naturalidad, sin rarezas, sin aspavientos. Nada parecido a un santón oriental o un cantamañanas new age. Transmite su encuentro constante con Dios como cualquier persona habla de un amigo íntimo, de una persona amada. Por eso suena a sinceridad, a verdad sentida y transmitida, a autenticidad. Por eso seduce y obliga a apagar el farol y dejarse acompañar por él hacia otro planeta.


domingo, 8 de abril de 2012

¡DIOS DEJARÁ DE SOÑARLE!

Si el lector se ha fijado en el autor del blog habrá visto el nombre de “Augusto Pérez”. Es un seudónimo, pero un seudónimo con intención. Augusto Pérez es el angustiado protagonista de la novela (o “nivola”) de Unamuno “Niebla”, quizás su obra más traducida.

Augusto Pérez es un trasunto del hombre actual, solitario buscador de un sentido a la vida, que vive cómodamente instalado entre tópicos y pequeños placeres de burgués encantado de conocerse. Hasta que Augusto descubre que es un simple personaje de ficción, que se enfrenta al autor, al propio Unamuno, cuando este decide eliminarlo. El grito de rabia y enfado del pobre Augusto que no se resigna a su fatal destino se desliza entre las páginas más logradas de la novela. Augusto se rebela contra el autor, le grita que también morirá, que también él es pura ficción y hasta “Dios dejará de soñarle”.

¿Somos un sueño de Dios? Lamentablemente Augusto muere sin darse cuenta de que no, de que somos criaturas de Dios, de un Dios que nos quiere y nos ha creado dándonos un sentido a nuestra existencia. En los primeros encuentros con Toti descubres su experiencia personal de Dios. No, no somos soñados, somos queridos. Y queridos para algo. Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. Cuando Toti se pone a escribir sobre espiritualidad lo primero que dice es que la estrategia de Dios es encomendarnos una misión. Dios tiene un plan. Tiene una vocación específica para cada uno de nosotros.

Cuando Toti habla de su vocación el que le oye queda seducido por sus palabras. Se lo he oído más de una vez y siempre descubro matices nuevos. Sinceramente siempre he sido remiso a creer en intervenciones sobrenaturales en la vida de las personas. Reconozco que en este punto mi fe flojea. O flojeaba hasta escuchar a Toti la narración de su experiencia “vocacional”. Fue un tarde de marzo, volviendo de un conocido santuario italiano. El ambiente no era el que uno espera para este tipo de acontecimientos: en un oratorio, en una capilla o en un lugar que invita a la contemplación. Nada de esto. Toti sintió profundamente una llamada de Dios, una experiencia espiritual que marcaría su vida, yendo en coche, con unos amigos. De pronto sintió en su interior que el Señor le pedía dedicar su vida a los demás, a decirles que Dios les amaba con el amor que él mismo había sentido profundamente aquella tarde y en toda su vida.

No voy a repetir la experiencia de Toti porque estas experiencias sólo las pueden expresar quienes las viven. Voy a explicar mi experiencia al escucharla. “Radiante e inmarcesible es la Sabiduría; fácilmente la ven los que la aman y la encuentran los que la buscan” (Sab.,6). Su narración transmite esta “facilidad” de la que habla la Escritura. Nada impostado, sin teatralidad ni fenómenos extraordinarios. Toti explica su experiencia con naturalidad, con tanta sinceridad que muestra la verdad de lo que le sucedió. Toti buscó la Sabiduría desde siempre, desde que tenía uso de razón. Y la Sabiduría se le fue manifestando a lo largo de su infancia, su adolescencia y juventud hasta encontrase en día con una voz interior que le marcaba el camino, tras no pocas dudas y oscuridades. 

Escuchar a Toti es darse de bruces con lo sobrenatural. Esta es mi experiencia: en este mundo en crisis hay personas que han sentido profundamente que Dios existe, que nos ama y necesitan decírselo a los muchos Augustos Pérez que llenan este mundo. También a mí. No, querido Don Miguel, no somos personajes de ficción, soñados por un Dios extraño. La angustia de la vida sólo proviene del rechazo de lo sobrenatural. El encuentro con Toti es también el encuentro con lo sobrenatural, con un Dios que se manifiesta de muchas maneras, también a través de personas a las que les ha concedido una especial cercanía. Escuchar a Toti es sentir que Dios habita en su interior y sigue gritando: ¡Dile a mi pueblo que le amo!

sábado, 7 de abril de 2012

SORPRENDIDO POR LA ALEGRÍA

C.S. Lewis es un escritor cristiano inglés conocido, entre otras obras, por su “Crónicas de Narnia”. Aunque educado en el cristianismo, se alejó de él en su adolescencia para volver después en una auténtica conversión narrada autobiográficamente en “Sorprendido por la alegría”. Y sorprende que hable de la alegría  tan profundamente un hombre que sufrió no poco en su vida, tal como se puede ver en la excelente película “Tierras de penumbra”.

Lo que a Lewis le seduce del cristianismo es la alegría. El santo, el místico, el hombre de vida interior profunda no pueden ser tristes, con cara de pocos amigos. Se nos ha presentado a los santos como seres tristones, apesadumbrados en medio de mortificaciones o penitencias. Pues bien, como todo estereotipo, es falso. Sólo basta ver a Toti: su saludo va siempre acompañado de una sonrisa. Es un hombre alegre, sonriente. Yo no sé si Toti es dado a mortificaciones. Sólo me consta una: escucharme. En todo caso, debe seguir el consejo evangélico: “cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre” (Mateo, 6, 18).

¿Por qué? ¿Por qué los hombres y mujeres de Dios están alegres? Me lo dijo Toti en una de sus confidencias: sentía en lo más profundo de su ser la filiación divina, el sentirse hijo de Dios. Resonaba en su interior el versículo del salmo 2: “Tu eres mi hijo, hoy te he engendrado hoy”. Que todos somos hijos de Dios es algo que sabemos por la fe. Pero sentirlo profundamente hasta impregnar toda la vida, experimentar esta filiación como un don, una gracia de Dios maravillosa, sólo los hombres de gran vida interior pueden dar razón de ello. 

¡Abba Padre! Así se refería Jesucristo al Padre, llamándole “papá”. ¡Padre bendito! dice Toti en su oración. Transmitir este don de la filiación divina no es fácil. Se puede creer en él, pero sentirlo profundamente hasta convertirlo en centro de la vida interior es un don. Es curioso que quienes más y mejor nos han transmitido la filiación divina son aquellas personas más próximas a Jesús. Por ejemplo, el apóstol San Juan: «Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!» (1 Jn 3, 1). Mucha ha de ser la cercanía a Dios de Toti para transmitir con una fuerza que sobrecoge su relación de hijo con su padre Dios.

Decía Chesterton que se había convertido al cristianismo por amor a la alegría. La alegría cristiana no es la del animal sano, es la del hijo de Dios. Y es contagiosa. Por eso decía Dostoievski: “¡Cuán bueno hace al hombre la dicha! Parece que uno quisiera dar su corazón, su alegría. ¡Y la alegría es contagiosa!”. Pues sí, cuando Toti habla de la filiación divina se siente transformado. Hasta le saltan las lágrimas. Y renueva por dentro al que le escucha, ayudándole a volver hacia el Señor como un niño, abandonarse en sus brazos paternales y decir como el profeta Isaías: “A los pechos de Dios seréis llevados y sobre sus rodillas seréis regalados'” (Is 66, 12).

Es un regalo de Dios sabernos hijos suyos. Es un regalo de Dios ver encarnada esta filiación en una persona normal, que anda por nuestras calles sedientas de infinito y de esoterismos que no llenan. Solo puedo atisbar de lejos la felicidad de Toti sintiéndose hijo de Dios, experimentando la gracia de la filiación divina. Cuando le hablo de planes, futuribles, mañanas… es invariable en su respuesta: Dios dirá. Y para él no es una frase hecha, es la respuesta operativa de un hijo que confía ad infinitum en su Padre Dios. Seguro que Toti ha meditado muchas veces las palabras de Isaías: «¿acaso olvida una madre a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella llegase a olvidar, yo no te olvido» (Is 49, 15).


viernes, 6 de abril de 2012


 BETANIA

Betania es una aldea a tres kilómetros de Jerusalén. Allí vivían Marta, María y Lázaro, los amigos de Jesús. Él y sus discípulos descansaban allí, sobre todo en los días anteriores a la Pasión y Muerte. Allí, Jesús resucitó a Lázaro. En Betania Jesús siempre estuvo con amigos, era el lugar de la intimidad, del sosiego, de la amistad.

Toti me ha hablado muchas veces de Betania como del lugar en donde Jesús tenía su remanso de “vida privada”, en contraste con Jerusalén, el lugar de sus grandes manifestaciones públicas. Betania nos muestra la humanidad de Jesús, su naturaleza plenamente humana además de divina: necesitada de compañía, de afectos, de amistades. No es difícil imaginarnos a Jesús, sentado entre sus amigos, explicando sus correrías por Judea, compartiendo la comida con ellos, riendo y disfrutando de la naturaleza. Y escuchando: las alegrías y tristezas, las pequeñas tragedias cotidianas, las confidencias de sus amigos. En este clima, qué don sería acoger la palabra del Amigo que es la palabra de Dios.

Pero el clima de Betania es también una lección espiritual: nuestro caminar en esta vida, también el espiritual, no se puede hacer en solitario. Necesitamos a los demás, necesitamos compartir, amar. Necesitamos a alguien que nos escuche, que suba con nosotros la montaña de la vida. 

Betania es el lugar de la intimidad con el Señor, entre amigos. Toti no está solo, también él tiene su “Betania”, su círculo de amigos/hermanos con los que comparte la Fe, la experiencia espiritual, la vida interior, las luchas por cumplir la voluntad de Dios y la oración común en torno a Jesús, reviviendo la Betania de la Escritura.

“El hombre es lo que es su amor”, dice San Agustín. En torno a Betania, se vive el amor a Jesús, pero también el amor entre hermanos y amigos, un amor que humaniza que nos hace personas, que nos define. “Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación(Is 12, 3). En la intimidad de Betania se comparte la gracia, los dones de Dios, se ve el fluir misterioso de las “magnalia Dei”, las maravillas de Dios actuando en medio de los hombres.

Me parece que este es uno de los secretos mejor guardados de Toti. Ha de pasar un tiempo para que nos hable de su “perla”, de su Betania particular, de su familia espiritual. Y digo secreto porque gozar hoy de una pequeña familia espiritual unida en el amor entre sí y al Señor es una perla que debe guardarse con sumo cuidado para no perderla.

Betania es un grupo pequeño. Me recuerda el pasaje bíblico de Gedeón y su combate contra los madianitas (Jueces, 7). El Señor le dice a Gedeón que son demasiados sus soldados y que va a hacer una selección: “A todos los que beban con la lengua, como lamen los perros, los pondrás de un lado; y a todos los que se arrodillen para beber, los pondrás del otro.  Los que lamieron el agua llevándosela a la boca, fueron trescientos; el resto de la tropa, en cambio, se arrodilló para beber”. Con sólo trescientos, Dios hizo vencer la batalla a los israelitas. A los demás Dios no les condena, simplemente no son aptos para esta batalla, siguieron su vida.

Al hablar de perla, me ha venido a la memoria el precioso cuento de John Steinbeck, “La perla”, en el que un pobre pescador necesita buscar una valiosa perla para poder pagar las medicinas que han de curar a su hijo enfermo. Betania es una perla, pero como en la historia de Steinbeck, no está exenta de dificultades. A la noble ilusión apostólica de congregar a muchos en torno a una comunidad de fe y amor, no le han faltado errores, problemas, equivocaciones, el “fomes peccati” que todos llevamos dentro desde Adan. La pobreza humana se mezcla con los ideales más generosos. El bien y el mal, como el trigo y la cizaña, crecen el uno junto al otro en el interior de cada ser humano. 

A pesar de ello, la perseverancia en el amor, en la lucha diaria, en el afán por compartir y acoger juntos el amor del Señor permite seguir viendo las “magnalia Dei”, la fecundidad de una respuesta al plan amoroso de Dios.

Decía Gabriel Marcel: “Nada está jamás perdido para un hombre que vive un gran amor o una verdadera amistad; pero todo está perdido para el que está solo”. Toti no está solo. Está en Betania, con el Señor y con sus hermanos. Están juntos ante el Sagrario, en la oración, en la amistad compartida, en el amor que fluye como el mayor don de Dios que se extiende fuera de la casa y llega a más y más gente. Porque las puertas de Betania están abiertas. El Señor siempre espera y acoge al que quiera entrar. Y todos sabemos que la paga será siempre la misma, tanto para los que vinieron a primera hora de la mañana como para los que acudan al atardecer.

jueves, 5 de abril de 2012


LAS  "MAGNALIA DEI"

En el post anterior hablaba de las “magnalia Dei”, las maravillas que Dios obra en medio de los hombres, aunque muchas veces no nos demos cuenta de ello. Vivimos sumidos en un mundo frenético que, en el fondo, no nos hace dichosos. Nada menos que un ateo, Albert Camus, hace decir a su personaje Calígula, en la obra del mismo nombre: “Es una verdad muy sencilla y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar… Los hombres mueren y no son dichosos”.

No acabamos de ser felices porque no queremos ver y alegrarnos de lo que Dios nos ofrece: su amistad, su amor que se refleja, muchas veces, en cosas pequeñas. Pero si sabemos responder al Señor, tendremos el ciento por uno en esta vida y la eternidad. Pero la condición es saber responder, decir sí a quien nos llama por nuestro propio nombre: «Te he llamado por tu nombre y eres mío» (Is 43,1). Y responder significa dar nuestra vida a cambio. Decía con razón Tagore. “A todas las cosas les das. A mí, me pides” (La cosecha, 78).

Sí, nos pide, pero después encontramos más de lo previsto. Lo dice el mismo Tagore en la misma obra: “cojo más que tu sembraste”. Dios actúa en nosotros de una manera misteriosa, nos trasforma a través de la gracia. Lo sobrenatural habita en medio de nosotros sin darnos, a veces, cuenta de ello.  Dios actúa a través de las “causas segundas”, de personas y acontecimientos, de oportunidades y supuestas casualidades. A veces esperamos milagros extraordinarios, como los de la Biblia. Existen, pero no son la forma ordinaria por la cual Dios se mete en nuestras vidas. Pero corriendo el velo de la casualidad, del acontecimiento inesperado, podemos descubrir la mano cariñosa de Dios: “el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Salmo 144).

Toti me habla mucho de la gracia de Dios, de los dones de Dios. “Pasan cosas”, me dice. Para él es fácil descorrer el velo de lo que parece ordinario y descubrir lo extraordinario. Puedo dar testimonio de ello. Ante un grave problema le pedí su oración. La hizo y con intensidad. El problema se resolvió rápidamente y mucho mejor de lo que incluso yo esperaba. ¿Fue una casualidad? A los ojos de quienes no tienen vida interior podría serlo, aunque he de decir que una casualidad poco probable. A la luz de un Dios cariñoso, es un don. 

Claro que pasan cosas. Pasan delante de nuestros ojos y, a veces no las vemos. Toti hace descubrir estos dones de Dios. Sabe interpretar la realidad desde los ojos de quien cree que lo sobrenatural no es una superestructura celestial, sino un misterio que se mezcla en nuestra vida, que le da sentido. El mismo Camus ponía otra vez en boca del personaje Calígula: “este mundo, tal como está hecho, es insoportable. Por eso tengo necesidad de la luna o de la dicha, de la inmortalidad, de algo que sea demente, quizás, pero que no sea de este mundo”.

La necesidad de algo que no es de este mundo está hasta en las entrañas de un ateo. Nosotros ya no sentimos esta necesidad, la tenemos satisfecha con los dones que continuamente recibimos de Dios. Démosle gracias. Yo se las doy  por conocer y escuchar a Toti, porque el Señor lo ha puesto en mi vida por algo. Demos gracias a Dios porque nos permite pasar por este mundo sin verlo como algo insoportable, porque aquí, en medio de tanto vicio y pecado como nos rodea, también están las “magnalia Dei”. Aún diría más. Cuanto más pecado más dones nos da el Señor para que le seamos fieles. 

Sí, la gracia es un misterio que ha llevado de cabeza a los teólogos de toda la historia. Pero dejemos a los teólogos que especulen. Quienes mejor han hablado de la gracia han sido los santos y los místicos, los hombres y mujeres de profunda vida interior. Por eso Toti habla de los dones, vive y ha vivido entre dones, ve actuar al Señor en este mundo. Él sabe mucho del misterio profundo de la gracia, de cómo la gracia transforma toda una vida, como la suya. Sí, la gracia nos transforma como un anticipo de la profunda transformación final, la resurrección de la carne, la gran “magnalia” que nos espera. Porque, como decía Saint-Exupery: “quien da sentido a la vida, da sentido a la muerte”.

miércoles, 4 de abril de 2012


LA MONTAÑA

El simbolismo de la montaña, de la subida esforzada a una cumbre, ha sido utilizado profusamente por la literatura mística y también la no mística. La montaña evoca la naturaleza en estado casi puro, agreste. El silencio entre los bosques y laderas ayuda a rezar, a evocar al Creador. San Juan de la Cruz narra su experiencia mística en “La subida al Monte Carmelo”, Thomas Merton explica su conversión y entrada en la Trapa en “La montaña de los siete círculos”. El monte Carmelo, sobre el que se funda la orden mística de los carmelitas, evoca una cordillera de Palestina. Y carmelitas han sido grandes místicos como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús o Santa Teresa del Niño Jesús.

A Toti le gusta también la montaña. Él también tiene su montaña particular y andando por sus senderos ha escuchado varias veces las mociones de Dios. La montaña tiene algo que seduce, que calma el espíritu y da paz. Cerca de su montaña tiene Toti un refugio espiritual, lejos del ruido ciudadano y de las distracciones mundanas. Me ha hablado muchas veces de su montaña, de sus caminatas, de las inspiraciones que allí ha recibido. Por aquellas latitudes se ha sosegado su alma. Saliendo al monte ha experimentado como  San Juan de la Cruz que la luz de Dios le guiaba: 

“Aquesta me guiaba
 más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en parte donde nadie parecía”

La montaña es también un símbolo de la lucha interior. Subir una montaña es siempre algo esforzado, cansado. Que me lo digan a mí, que pasé el servicio militar subiendo y bajando alocadamente montañas en un regimiento de “cazadores de montaña”. Pero seguro que Toti pasea por la montaña más despacio, pero sin desfallecer. No todos llegan a la cumbre, quizás son muchos los que se animan, pero el camino no es fácil. La vida interior es un caminar que requiere no desfallecer.

Saint Exupery, que es uno de mis autores preferidos, fue, además de escritor, un valiente aviador que murió con su avión de ataúd. En uno de sus libros, “Tierra de Hombres”, narra un accidente que deja al piloto en medio de una tierra desconocida y deshabitada. Se salva caminando sin desfallecer, por eso dice que “lo que salva es dar un paso, un paso más”.

Toti sube su montaña, la natural y la espiritual. Sabe que dar un paso más salva. Sabe que, quizás, caminamos de noche, en esta noche oscura del alma, pero una “noche dichosa”, tras la que llegará el día. Pienso que la causa de la crisis que hay hoy en muchas comunidades religiosas o laicales es que se ha instalado en ellas la rutina, el ir tirando, repitiendo prácticas piadosas ejecutadas como quien desayuna todos los días.

Los montañeros saben que en la montaña no vale el despiste, la rutina. Hay que caminar, sabiendo que, por muchos vericuetos, se puede llegar a la cumbre. En el delicioso libro  “Alicia en el país de las maravillas”, la protagonista pregunta al conejo si va por buen camino y éste le responde: “depende de a dónde vayas”. ¿Nos preguntamos muchos de nosotros a dónde vamos? Toti respondería a esta pregunta: hacia donde Dios me lleve. Dejarse llevar por el espíritu requiere tener una buena comunicación con el Señor, precisa abandonar la simple rutina para esforzarse en profundizar, en estar cada día más cerca del Señor. 

Toti me ha enseñado a distinguir la fundamental de lo accidental, lo rutinario de lo místico. El sabe que Dios nos espera en la cumbre, pero que hay que subirla con la ayuda de su mano, de su gracia que nunca falta si la pedimos con humildad. Y la gracia fluye si rezamos, si frecuentamos los sacramentos más allá de la rutina de un simple católico “del montón”. En la montaña siempre hay fuentes de agua pura: "Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará" (Ez,36, 24). La subida puede ser dura, pero nos purifica.

En la cumbre está Él, tras la noche oscura o tras los sudores de la subida, que se olvidan fácilmente ante su presencia:

"Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo, y dexéme,
dexando mi cuidado
entre las azucenas olvidado".