BETANIA
Betania es una aldea a tres kilómetros de Jerusalén. Allí vivían Marta,
María y Lázaro, los amigos de Jesús. Él y sus discípulos descansaban allí,
sobre todo en los días anteriores a la Pasión y Muerte. Allí, Jesús resucitó a
Lázaro. En Betania Jesús siempre estuvo con amigos, era el lugar de la
intimidad, del sosiego, de la amistad.
Toti me ha hablado muchas veces de Betania como del lugar en donde Jesús
tenía su remanso de “vida privada”, en contraste con Jerusalén, el lugar de sus
grandes manifestaciones públicas. Betania nos muestra la humanidad de Jesús, su
naturaleza plenamente humana además de divina: necesitada de compañía, de
afectos, de amistades. No es difícil imaginarnos a Jesús, sentado entre sus
amigos, explicando sus correrías por Judea, compartiendo la comida con ellos,
riendo y disfrutando de la
naturaleza. Y escuchando: las alegrías y tristezas, las
pequeñas tragedias cotidianas, las confidencias de sus amigos. En este clima,
qué don sería acoger la palabra del Amigo que es la palabra de Dios.
Pero el clima de Betania es también una lección espiritual: nuestro caminar
en esta vida, también el espiritual, no se puede hacer en solitario.
Necesitamos a los demás, necesitamos compartir, amar. Necesitamos a alguien que
nos escuche, que suba con nosotros la montaña de la vida.
Betania es el lugar de la intimidad con el Señor, entre amigos. Toti no
está solo, también él tiene su “Betania”, su círculo de amigos/hermanos con los
que comparte la Fe, la experiencia espiritual, la vida interior, las luchas por
cumplir la voluntad de Dios y la oración común en torno a Jesús, reviviendo la
Betania de la Escritura.
“El hombre es lo que es su amor”, dice San Agustín. En torno a Betania, se
vive el amor a Jesús, pero también el amor entre hermanos y amigos, un amor que
humaniza que nos hace personas, que nos define. “Sacaréis agua con gozo de las
fuentes de la salvación” (Is 12, 3). En la intimidad de Betania se
comparte la gracia, los dones de Dios, se ve el fluir misterioso de las
“magnalia Dei”, las maravillas de Dios actuando en medio de los hombres.
Me parece que este es uno de los secretos mejor guardados de Toti. Ha de
pasar un tiempo para que nos hable de su “perla”, de su Betania particular, de
su familia espiritual. Y digo secreto porque gozar hoy de una pequeña familia
espiritual unida en el amor entre sí y al Señor es una perla que debe guardarse
con sumo cuidado para no perderla.
Betania es un grupo pequeño. Me recuerda el pasaje bíblico de Gedeón y su
combate contra los madianitas (Jueces, 7). El Señor le dice a Gedeón que son
demasiados sus soldados y que va a hacer una selección: “A todos los que beban
con la lengua, como lamen los perros, los pondrás de un lado; y a todos los que
se arrodillen para beber, los pondrás del otro. Los que lamieron el agua
llevándosela a la boca, fueron trescientos; el resto de la tropa, en cambio, se
arrodilló para beber”. Con sólo trescientos, Dios hizo vencer la batalla a los
israelitas. A los demás Dios no les condena, simplemente no son aptos para esta
batalla, siguieron su vida.
Al hablar de perla, me ha venido a la memoria el precioso cuento de John
Steinbeck, “La perla”, en el que un pobre pescador necesita buscar una valiosa
perla para poder pagar las medicinas que han de curar a su hijo enfermo. Betania
es una perla, pero como en la historia de Steinbeck, no está exenta de
dificultades. A la noble ilusión apostólica de congregar a muchos en torno a
una comunidad de fe y amor, no le han faltado errores, problemas,
equivocaciones, el “fomes peccati” que todos llevamos dentro desde Adan. La
pobreza humana se mezcla con los ideales más generosos. El bien y el mal, como
el trigo y la cizaña, crecen el uno junto al otro en el interior de cada ser
humano.
A pesar de ello, la perseverancia en el amor, en la lucha diaria, en el
afán por compartir y acoger juntos el amor del Señor permite seguir viendo las
“magnalia Dei”, la fecundidad de una respuesta al plan amoroso de Dios.
Decía Gabriel Marcel: “Nada está jamás perdido para un hombre que vive un
gran amor o una verdadera amistad; pero todo está perdido para el que está
solo”. Toti no está solo. Está en Betania, con el Señor y con sus hermanos.
Están juntos ante el Sagrario, en la oración, en la amistad compartida, en el
amor que fluye como el mayor don de Dios que se extiende fuera de la casa y
llega a más y más gente. Porque las puertas de Betania están abiertas. El Señor
siempre espera y acoge al que quiera entrar. Y todos sabemos que la paga será
siempre la misma, tanto para los que vinieron a primera hora de la mañana como
para los que acudan al atardecer.
Que respeto y pudor me producen estas líneas que has escrito. Que bello es leerlas una y otra vez y que difícil que mientras lo hago no me salten las lágrimas.
ResponderEliminarAugusto, gracias por ser Betania.
Para Jesús Betania era como bien dices ese lugar precioso y amado.
ResponderEliminarpero imagino los nervios, la ilusión y el respeto que sentían Marta, Maria i Lazaro cuando sabían que Jesús iba a Betania para estar con ellos, el privilegio de sentirse amados por Él.
Cuando me siento Betania soy plenamente feliz.
Gracias Augusto por tus palabras, gracias por describirlo tan bien.